In-traducible (2012)
Paseando por el Patio Chico en una noche de reflexión, mi amiga y yo decidimos sentarnos en uno de sus dos bancos, al pie de la Catedral Vieja junto a la Torre del Gallo. Por alguna razón no veo las estrellas. De repente, empieza a llover, aunque parecía que la tormenta ya había pasado. Eso explica lo de las estrellas. En lo que tarda un relámpago en nacer y morir, decidimos quedarnos un rato más allí sentadas, abriendo nuestros paraguas bajo la versión real del cielo de Salamanca. Una noche de reflexión no se puede truncar tan fácilmente.
Cuando la lluvia ya no perdona, decidimos retomar el paseo hacia la Plaza de Anaya. Está vacía y silenciosa, pero comienzan a oírse unas voces procedentes del Palacio Anaya (Facultad de Filología). Un quejío rompe el silencio. Nos paramos. Un gitano entona, se oye una guitarra y resuenan las palmas de los que le acompañan. Mientras, los truenos añaden dramatismo a la ya de por sí triste letra. Ensordece el silencio durante los pocos segundos en los que toma aire para respirar y seguir cantando. Las almas se encogen y el olor acompaña: huele a tierra mojada y a corazón empapado.
Una mujer aparece de detrás de una de las columnas ataviada con un vestido negro hasta el suelo, y comienza a bailar al son del flamenco y de la voz del gitano. Los relámpagos iluminan sus movimientos redondeados como si estuviera en un escenario. Una noche de arte no se puede truncar tan fácilmente. Mi amiga y yo sonreímos y nos miramos con los ojos húmedos y con un nudo en la garganta. Es uno de esos momentos inolvidable que te hacen seguir amando España pese a todo. Pasado un rato decidimos seguir paseando, reparando en la belleza de la lluvia que cae ante uno de los focos que ilumina la Catedral Nueva. El cielo centellea morado y azul, con relámpagos de formas imposibles. De fondo, flamenco.
Nos sentimos impermeables, aunque nuestra ropa no diga lo mismo. Llegamos a la Plaza Mayor, dorada como siempre y mojada como nunca. La tormenta ruge y la gente ríe e intercambia miradas de diversión. Las terrazas conservan aún los vasos y platos de una cena reciente. Rezuman agua. Una pareja decide colocar una mesa y dos sillas bajo uno de los arcos de la Plaza y pide una botella de un vino blanco que a la luz parece dorado. Alzan las copas y brindan, con una sonrisa de oreja a oreja: «Por una de las noches más bonitas de los últimos tiempos», imagino que dicen. Se abrazan, se besan y vuelven la mirada a la Plaza.
Y llego a casa, ansiosa por plasmar por escrito estas sensaciones, aunque consciente de la incapacidad de las palabras que conozco para definir la magia .Tengo en mi memoria intacta una imagen inolvidable que soy incapaz de reproducir. Si ni yo, que lo he vivido, puedo expresarlo…¿Quién traduce, entonces, los recuerdos? ¿Están atrapados en la mente de los que no somos poetas? En dos palabras, diría Jesulín: in-traducible.