Balance de 2018
Este año me hace más ilusión que nunca hacer balance y, a lo largo de la entrada, iréis viendo por qué.
Si el año pasado dije que 2017 había sido el mejor que recordaba en mucho tiempo, creo que 2018 ha sido el más revelador. Como muchos de los que me seguís sabéis, este año quise probar la vida de nómada digital y decidí irme a vivir un mes a distintas ciudades: Oporto, Atenas, Budapest, Timisoara y Cluj (con visitas breves a Montenegro y Bulgaria, ya que estaba…). Además, como escribir es la mejor forma que conozco de expresarme y aclarar mis ideas, también abrí un blog, Punto y Oporto, donde fui contando mis experiencias e impresiones.
El año empezó en Madrid, empaquetando todo para dejar la casa donde vivía y poder irme sin la sensación de que seguía pagando un alquiler en España. Di rienda suelta al minimalismo, que tanto me llamaba la atención, y acabé reduciendo mis pertenencias como nunca imaginé. Claramente, tenía miedo de arrepentirme, pero al mismo tiempo lo tenía claro. Necesitaba irme de Madrid. Oporto fue una bendición, sobre todo en lo social; Atenas, una prueba de resistencia; Budapest, una reafirmación de lo mucho que me gusta conocer; Rumanía, la reconciliación con la naturaleza, los colores y la humildad de un país aún no devorado por las marcas.
Mientras estaba en Timisoara, sin embargo, mi cliente principal anunció que iban a cambiar las condiciones y, pasado el bajonazo inicial, tomé la decisión de volver a España. Por un lado,porque mis ingresos se iban a reducir drásticamente si aceptaba continuar colaborando con él y, por otro, porque la aventura estaba resultando muchísimo más agotadora de lo que esperaba. Así pues, cancelé los siguientes destinos que tenía ya apalabrados (Eslovenia y Serbia) y volví a Madrid (más por descarte que por ganas) y sin un plan B. ¿Quién iba a pensar que acabaría tan exhausta tan solo cinco meses después de empezar?
No obstante, al llegar a Madrid me di cuenta de que los viajes sí habían dado su fruto: me habían hecho darme cuenta de que necesitaba un cambio. Un cambio de ciudad, de trabajo, de entorno… Pese a no entender cómo podía querer renunciar a “la vida que todo el mundo sueña tener” y volver a la vida de asalariada, ya no podía exprimir más la libertad que el ser autónoma me ofrecía. Tres años habían sido suficientes para saber cómo era la vida freelance y, al menos en este momento, ya no era para mí.
Había llegado el momento de hacer lo que llevaba deseando desde hace mucho tiempo: vivir/trabajar en Irlanda. Ese objetivo me renovó las fuerzas y, como si la vida me concediera el deseo, apenas una semana después de decidir que me iba a Irlanda (con o sin trabajo), me contactaron de una empresa para ofrecerme un trabajo de cuyo proceso de selección me había descolgado voluntariamente el año anterior. Y aquí estoy, escribiendo estas líneas desde Irlanda. Ya llevo un mes viviendo en Cork y siento que estoy donde debo estar, algo que hacía mucho tiempo que no sentía o, mejor dicho, algo que hacía mucho que había dejado de sentir. Y, de repente, todo cobra sentido. Al unir los puntos hacia atrás, como decía Steve Jobs, veo que todo por lo que he pasado en estos últimos años me ha llevado hasta aquí. Y, ¿qué mejor balance que saber que, pese a todo, no cambiaría nada?