Por si no entiendes el título, es un guiño al audio de un short que puedes ver aquí.
La profesora se arremanga. Todos los años, llegado este punto del curso, lanza esta pregunta y se prepara para las ampollas que levanta. Carraspea, bebe un poco de agua, se mete un caramelo de menta en la boca, coloca ambas manos en posición de quitanieves y procede:
—La pregunta es sencilla, chicos: ¿qué futuro desearíais haber vivido que, por las decisiones que habéis tomado en vuestra vida, no estáis viviendo?
Los alumnos se miran entre sí con gestos de no entender mientras se remueven en sus asientos. Cejas levantadas, risitas, chismorreos por lo bajini… Cualquiera diría que esto es una clase de colegio. Pero no, los asistentes al curso no bajan de los cincuenta.
—No entiendo la pregunta —dice uno—. ¿Que de qué nos arrepentimos?
—No, que cómo habíais imaginado que sería vuestro futuro cuando erais jóvenes y cómo dista de vuestro presente.
—Hombre, yo por mí, querría estar en Cancún a la bartola tomando mojitos. Jajajajajajajajajaja.
Risa de golf. Le acompañan otras similares de otros compañeros. No llegan a risa de yate porque en La Moraleja no hay puerto.
—Bueno, recordemos que ahora mismo en el temario estamos abordando el concepto de “futuro deseable”, no de “futuro posible”.
Siguen los murmullos, las risitas y se escucha algún “vinito” y “jamoncito” de alguien. ¿Será verdad que cuando a un adulto le planteas esta pregunta lo primero que se le viene a la mente es comer, beber y tumbarse a la bartola? Pero ¿no eran estos los mismos adultos que he oído en la pausa del café en el pasillo reírse, con la condescendencia inherente al paso de los años del sinsentido de que sus hijos quieran ser youtubers? Pudiendo no hacer nada, quieren hacer algo. ¡Lelos…! ¡Lo que les queda por madurar…!
Pasa desapercibida, pero una de las asistentes está batiéndose en duelo consigo misma de forma —casi— imperceptible. Se rebela en silencio, lo noto. Entre gestos a golpe de ceja que pretenden transmitir pasotismo y cinismo, en ella crece la incredulidad de que le estén poniendo en el brete de tener que contestar a la pregunta que lleva evitando los últimos 20 años. Quizá la primera vez que tuvo que hacer el esfuerzo activamente por distraerse para no planteársela fue a la vuelta de la luna de miel, pasada la euforia de los preparativos de la boda que tenía como meta vital. O quizá después de la tercera ronda de in vitro. No lo recordaba bien. Sí recordaba que intentaba no planteársela en cada lavadora de calzoncillos con palominos que le tocaba poner. Cada mancha de vomitona de las gemelas en su blusa. Cada ansiada tanda de 15 días (cada 365) de vacaciones donde descansaban todos menos ella. Cada oportunidad laboral rechazada por anteponer la estabilidad a la realización personal. Cada aventura de una noche que pudo tener y no alimentó. Cada diagnóstico médico de “solo es estrés” ante sus achaques. Cada Navidad sobreviviendo entre las opiniones políticas de su cuñado y las chapas del sobrino que había pasado de ser Miguelín a Criptobro2010 en tiempo récord.
Se revuelve, se revuelve, se revuelve. Su lucha solo se trasluce en gestos faciales que espera que la profesora interprete como que no se ha explicado bien y la tarea no queda clara. Pero la profesora no es tonta. Se fija y se acerca a ella. Reconoce lo que ve, de otros años. Le pregunta, con los ojos clavados en sus pupilas, si tiene alguna duda sobre el ejercicio o si necesita ayuda. Se miran durante unos segundos que parecen horas. La alumna traga saliva, separa los labios y empieza a responder con voz temblorosa pero firme. Y poco a poco van cesando las risas de golf. Para cuando termina de hablar, reina el silencio en la clase.
Adiós “jamoncito”.
Que importante es no evitar contestar a esas preguntas cuando aparecen y no cuando se acumulan en el trastero de la mente donde metemos todo lo que no queremos enfrentar, o cuando se nos estampa la realidad en la cara y no hay fuerzas para girar el timón. Pasarse la vida viviendo según un ideal que muchos ni siquiera se han cuestionado antes de seguirlo a rajatabla tiene un reverso muy tenebroso. Parece lo fácil, pero acaba siendo lo difícil.