
Por aquel entonces, la Huerta de los Jesuitas era, sin lugar a dudas, el espacio de árboles, arena y juegos de metal más grande del universo. Ahora puedo cruzarlo caminando de punta a punta en quince minutos, así que una tarde cualquiera me dirijo a ese parque, presente en el recuerdo de todo niño salmantino, con la intención de dejar fluir los recuerdos libremente como me han pedido en el curso de escritura. Pan comido para los que de nacimiento tenemos la nostalgia a flor de piel.
Fue ponerme a andar y rápidamente empezaron a venirme recuerdos de lo más concreto: los trozos de tela gruesa y marrón asomando por debajo de la arena en un intento fallido de absorber la lluvia; las fuentes de agua verdosa y monedas con musgo en cada cruce de caminos; las pistas de baloncesto, gigantescas por entonces y diminutas ahora; la tirolina, capaz de hacerte sentir acróbata y niña-bala durante unos segundos; las dos chimeneas y sus espesas columnas de humo químico de la central… ¿No es curioso poder sentir nostalgia de lo imperfecto e incluso de lo nocivo?
Casi nada permanece como lo recuerdo, incluso lo que no ha cambiado: ahora está más limpio, es más seguro y menos tóxico, pero con las mejorías se desvanecen vivencias que ya solo quedan en la memoria de los ahora adultos. La filosofada en la que me sumerjo es tal que a punto estoy de agacharme, agarrar por los hombros a uno de esos niños que juegan al pilla-pilla e intentar hacerle entender que debe disfrutar, que el tiempo pasa muy rápido. Pero no lo hago. Total, me habría olvidado para la hora del sándwich de Nocilla y yo habría acabado en un aprieto.
No negaré que me queda un resquicio de duda de qué habría pasado. ¿Me habría escuchado? ¿Se habría reído? ¿Se acordaría de mis palabras al cabo de 30 años, cuando diera una vuelta por este mismo parque? Pero nada de eso va a ocurrir, porque no me agacho, no le agarro, no le miro a los ojos y no digo ni mu. Y así de fácil se esfuma una realidad paralela. Sin duda el curso de escritura está dando sus frutos. Escribir y sus preámbulos te catapultan al multiverso. ¿No es abrumador saber el poder que tenemos con nuestras decisiones de crear recuerdos en mentes ajenas? Ay, pero ya llego al final del parque. Al final he tardado solo diez minutos en cruzarlo: es aún más pequeño de lo que creía.
Vívido multiverso.
Después de leerte me he quedado pensando en si me he cruzado yo a alguna “señora de treinta y pico años” de niña que me haya dado alguna lección de vida y, efectivamente, recuerdo más los bocadillos de Nocilla.
Aunque también he recordado pasear por un parque con mis abuelos en Caracas, en Los Caobos, que de aquellas no era peligroso, y recopilar colas de gato mientras miraba todas las fuentes y las esculturas desperdigadas por el parque.
Gracias por los recuerdos 😊
Me alegro mucho de que estés haciendo un curso de escritura 🤩