Hoy he llegado al bus in extremis. He tenido que correr, pero al final lo he cogido a tiempo en uno de esos hitos cotidianos que te inyectan un ridículo chute de adrenalina. Al entrar, mi radar ha detectado rápidamente un niño preguntándole a su madre por qué el cielo es azul cerca del único asiento libre, así que impulsivamente he echado mano a mis auriculares con cancelación de ruido. Suena Girls just wanna have fun en mi playlist. Pasado un rato, cuando he visto por el rabillo del ojo que se bajaban la madre y el niño, me he ido a quitar los cascos dando por concluida la sesión de abstracción… pero pronto he notado un barullo considerable procedente de un grupo de señoras.

Por un momento he sopesado, con un auricular puesto y otro quitado, si el volumen de su cháchara era aguantable o era mejor volver a Cindy. Una de ellas parecía tener tortícolis y hablaba como buenamente podía con la de detrás en una contorsión incomodísima. Toda ella desprendía negatividad y no solo por el hecho de estar criticando a unos y quejándose de otros: ya solo con su gesto y su expresión facial se adivinaba una amargura vital, más allá del dolor de cuello.

Mirándola detenidamente, de alguna manera extraña he sido capaz de imaginarme qué aspecto tenía de joven. No debía de ser tan mayor como había pensado en un primer momento, pero su actitud me había llevado a echarle mínimo una década de más. Me fijo en su boca y no consigo detectar ni un amago de sonrisa en todo su manifiesto. ¿En qué momento empezó todo? Tuvo que haber una primera vez: en algún momento de su vida y sin darse cuenta, pasó un día entero sin sonreír, mantuvo una conversación sin una pizca de humor y soltó un suspiro sin motivo aparente. Todo debió de empezar allí, pero quién sabe cuándo. Sus comisuras tristes parecían haber tirado la toalla hace tiempo.

De pequeña pensaba que hacerse mayor era así por definición y que ese era el inevitable destino de toda mujer con el paso de los años. Salamanca es una de las provincias más envejecidas de España, así que era habitual salir a dar una vuelta por el centro en un día de sol invernal y encontrarse a grupos de señoras con abrigos de piel hasta los pies, pelo cardado, gafas de sol y gesto agrio iniciando las conversaciones con un «¡Uuuh! ¡Qué frío, maja!» seguido de una retahíla de desgracias: fulanita está enferma, menganita ha muerto y la hija de la del quinto se ha divorciado. “Pobre mujer”, añaden casi al unísono como sello de aprobación a la desgracia ajena. Casi parecían disfrutar de esos encuentros (no demasiado fortuitos, al más puro estilo Calle Mayor) donde competían por ver quién podía aportar las peores noticias.

Todos estos recuerdos y pensamientos pasan por mi mente a toda velocidad, aún con un auricular en la mano. Solo salgo del ensimismamiento cuando la mujer con tortícolis se baja del autobús y se despide de las demás con un ademán y una sentencia: «Hasta mañana… si Dios quiere». Ahora sí, me vuelvo a colocar el casco huérfano y la Lauper recoge el testigo para recordarme que no todas seremos así. Por si acaso, conscientemente dibujo una sonrisa en mi cara en un intento de poner a cero el contador de días que faltan para ser señora.

Acerca de la autora

Merche García

¡Hola! Me llamo Merche, tengo 35 años y este es mi tercer blog. En él, subiré mis escritos con la intención de compartirlos y seguir conociendo a gente interesante en el camino. Como soy una nostálgica, he republicado algunas entradas de mis dos blogs anteriores "Punto y Oporto" (sobre viajes) y "Traducir&Co" (sobre traducción). Mira en el menú superior.

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