No me esperaba nadie, pero iba como con prisa. Cargada con la bolsa de la compra, que por su peso me hacía caminar un poco inclinada, pasé junto a una tiendencita en la que me fijaba cada vez por los carteles tan esotéricos que cubrían su estrechísima puerta de cristal. ¿Cómo sería entrar a un sitio así? ¿Sabría cómo actuar o qué decir si me decidiera? Justo me disponía a cruzar, pero coincidió que el semáforo se puso en rojo, y era de los que tardaban, así que volví a mirar el local de reojo. De casualidad llevaba 50 euros en el bolsillo, nunca había probado algo así y buscaba inspiración para escribir… Parecía que era “El Día”. En cuestión de segundos la emoción se había apoderado de mí, como confirmaba el movimiento nervioso de mi pierna. A simple vista se podría haber pensado que iba escuchando una canción con mucho ritmo, pero me delataba la ausencia de auriculares.

«Bah, voy a entrar. ¿Qué puede salir mal?» El semáforo se puso en verde demasiado tarde: yo ya había vuelto sobre mis pasos apenas un par de metros para llamar a la puerta. Toqué con los nudillos porque el botón del timbre tenía escrito un «No funciona» con rotulador. Esperé unos segundos que bastaron para desbocar mi pulso. «¿Mejor me voy? ¿Y si me sugestiono con lo que se invente? ¡Prométete que recordarás que lo haces por curiosidad…!». Interrumpió mi diálogo interno la octogenaria que abrió la puerta, una mujer bajita de ojos grises con un enorme moño teñido de negro y lo que parecían ramitas de romero ensartadas en el pelo (quizá eran ramitas normales e hice la asociación por el aroma que emanaba el pasillo que había detrás de ella). Sin dirigirme la palabra, nada más abrir la puerta me dio la espalda, acostumbrada imagino a que su gesto se interpretara como un «Sígueme».

Como siempre, ya me había empezado a preguntar qué pensaría de mí la gente si me viera entrar a una Tarotista con una baguette mordisqueada asomando por la bolsa compostable del Carrefour, pero todas las divagaciones pasaron a un tercer plano al llegar al salón: aquel espacio parecía el decorado de una obra de teatro antigua, repleto de telas gruesas y cortinas pesadas de color granate. Todo tan solo iluminado por unas lámparas de araña de plástico negro de las que colgaban collares y adornos dorados de dudosa calidad. Hacía calor, como si debajo de los faldones de la mesa hubiera un brasero.

«Siéntate», me ordenó la pitonisa con una voz sorprendentemente potente para la fragilidad que sugería su complexión. «Y deja de pensar en los demás», añadió. No me dio tiempo a digerir lo certero de su comentario hasta que me vi sentada en aquella silla deshilachada. Quedamos frente a frente. Yo la miré y ella me vio. En cuanto posó sus ojos sobre mí, mi intención de no creerme nada se hizo añicos: «Por fin te has decidido a entrar. El semáforo se ha puesto en rojo justo a tiempo». Tras pronunciar esas primeras palabras, supe que no estaba preparada para escuchar las siguientes.

Acerca de la autora

Merche García

¡Hola! Me llamo Merche, tengo 35 años y este es mi tercer blog. En él, subiré mis escritos con la intención de compartirlos y seguir conociendo a gente interesante en el camino. Como soy una nostálgica, he republicado algunas entradas de mis dos blogs anteriores "Punto y Oporto" (sobre viajes) y "Traducir&Co" (sobre traducción). Mira en el menú superior.

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