Obra de Ester Ferrando en el MAMT

Nunca he entendido cuando la narradora de una historia dice que le ha costado mucho tiempo sentirse preparada para contarla. ¿Qué le impedía hacerlo antes? ¿Acaso entonces no conocía las palabras que ahora elige para relatarlo? Tampoco entiendo cuando utiliza la tercera persona para poner una distancia prudencial. Las narradoras son de lo que no hay, de verdad.

Hoy me encontré un texto al fondo de un cajón en el que ella cuenta que todo empezó rosa, muy rosa, o eso creyó aquella joven romántica dispuesta a coronar al primero que la hiciera sentir especial. La ilusión acentuó una miopía emocional que le impidió ver el verdadero color de las banderas rojas que revoloteaban anunciando problemas a cada paso de él. Para aquella chiquilla, eran de un tono fucsia precioso. Con su intuición enterrada bajo una gruesa capa de polvo por la falta de uso, se culpó de ser demasiado crítica cuando desde el primer día le rechinaban actitudes y comentarios que ya dejaban entrever una dudosa felicidad futura. En la actualidad, vive con miedo de que el amor vuelva a impedirle reconocer a tiempo las primeras líneas de otra crónica de un sufrimiento anunciado.

«John se ríe de mí, claro, pero eso es lo que cabe esperar del matrimonio. (…) Estoy segura de que yo antes no era tan susceptible. (…) John dice que, si sigo así, acabaré perdiendo el control de mí misma; así que me esfuerzo en contenerme.»

(Charlotte Perkins, «El papel pintado amarillo»)

No tardó mucho en sentirse caer en un pozo más profundo de lo que habría imaginado posible. Poco a poco iba esculpiendo su valía en función de los juicios, impresiones y críticas de él. Siempre había oído que en todas las casas cuecen habas, así que se esforzó por acallar la duda que se empezaba a fraguar en su interior y lo achacó todo a que aquellas debían de ser sus habas. Incluso cuando intentaba escribir en la soledad de la casa vacía para aclarar sus pensamientos, escribía como si la estuviera leyendo y sentía la presencia de él detrás, señalando los puntos y las comas que mejorarían la calidad de aquella carta de auxilio.

«No sé por qué he de escribir esto. (…) Sé que John pensaría que es absurdo» (Charlotte Perkins, «El papel pintado amarillo»)

Pronto quedó claro que las piezas de aquel puzle solo encajarían si ella recortaba las suyas y aceptaba sustituir la imagen final por una en la que apenas se le reconocía. Pensó que estaba aprendiendo a convivir, pero estaba asistiendo a su propia pérdida. Cuando la salud se interpuso en su camino y no le dio alternativa a pararse a pensar, desfilaron ante sus ojos el rechazo, la invalidación, la infantilización y la asimetría que existía en aquella relación. Incluso entonces, durante sus horas más bajas, el ego de él seguía acaparando toda la atención, llegando a admitir que se sentía lastrado. Seguramente aquello fue la última gota que colmó aquel vaso rebosante de rabia y autocompasión.

«Me dijo que soy su amor y su consuelo, que soy todo lo que tiene, y que por su bien he de cuidarme y recuperarme.» (Charlotte Perkins, «El papel pintado amarillo»)

Y pensar en que hubo una época en la que llegó a convencerse de que le debía sus logros y que no podía aspirar a convertirse más que en una sombra de lo que él era. Con el tiempo, sin embargo, se ha dado cuenta de que cosas así no las ha sentido solo ella y que una mujer enamorada es capaz de convertir el barro en porcelana y la bilis en miel. Al final del texto, leo, se disculpa por lo amargo de su historia y añade que no quería quedarse a medias porque le ha costado mucho tiempo sentirse preparada para contarla.

Acerca de la autora

Merche García

¡Hola! Me llamo Merche, tengo 35 años y este es mi tercer blog. En él, subiré mis escritos con la intención de compartirlos y seguir conociendo a gente interesante en el camino. Como soy una nostálgica, he republicado algunas entradas de mis dos blogs anteriores "Punto y Oporto" (sobre viajes) y "Traducir&Co" (sobre traducción). Mira en el menú superior.

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