
Muchas veces descarto de inmediato las ideas que se me ocurren para una entrada en el blog. Por poner un símil, si tuviera una papelera junto a mi mesa, se apreciaría un reguero metafórico de bolas de papel arrugado y, dentro de todas ellas, escritos que pudieron ser y no fueron.
Solo leen este rinconcito un puñado de personas, con la mayoría de las cuales estoy en contacto regularmente. Por algún motivo, creo que me resultaría más fácil escribir si quien me leyera fuera una audiencia abultada y desconocida. Tal y como es la situación ahora, siento como si con cada publicación personal me quitara una prenda de ropa ante un ojiplático público que no tenía pensado desprenderse ni de un calcetín.
Por definición, escribir en un blog no es recíproco. El silencio al otro lado de la pantalla se da por sentado y algunos argumentarían incluso que esa es precisamente la gracia. Sin embargo, ese eco criminal no ayuda a saber si lo que haces tiene algún sentido. A menudo me reencuentro con la misma lógica que me llevó a cerrar los dos blogs anteriores (¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién?), pero luego recuerdo la agradable sensación de saber que, si quiero publicar, tengo mi rincón donde hacerlo: una callejuela con una bombilla que parpadea colgada de un cable en los suburbios del Japón de neón que es Internet a día de hoy.
Otro motivo que me corta las alas es la sensación de que los temas sobre los que me interesa escribir públicamente están muy limitados: unos contienen información demasiado personal y han de quedarse al abrigo de mis cuadernos y otros son tan recurrentes que pienso que cansarán y provocarán pereza en el lector, pero ¿a quién quiero engañar? Un blog que surgió de la muerte de una amiga no puede ser la alegría de la huerta. Al menos, no con menos de un año de vida. ¿Ante quién estoy justificando el cariz que pueda tomar un blog creado desde el dolor?
Entonces, he llegado a la conclusión de que estoy haciendo de mi blog un bonsái, con eso de recortar ramitas y descartar hojas díscolas para dejarlo «presentable». Atrás quedan los frondosos textos marca de la casa años atrás: esos que tantos enemigos me granjearon pero de los que salieron amistades tan bonitas como la que honro en este blog día sí y día también. No niego, sin embargo, que a veces me gustaría volver fugazmente a ese yo precorporativo, ese yo libre para hablar de cualquier tema sin pensármelo dos veces. Pero las cosas han cambiado, así que seguiré buscando el equilibrio desde este callejón, intentando moldear al buenecito de este árbol para convertirlo en un bonsái un poco punk.
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Me encanta leerte, ya lo sabes, pero es cierto que en este lugar virtual no se generan conversaciones como las que sí se dan en persona y a veces ese silencio se siente grande.
A mí me pasaba lo mismo con mi blog en su momento. Durante un tiempo bastante largo solo me leía mi madre y yo escribía poesía y relatos eróticos entre otras cosas. Digamos que ese género tardó mucho en ver el blog porque… bueno… lo leía mi madre 😅
Ahora estoy reconstruyendo ese espacio porque ya no me refleja, somos personas diferentes y es bonito ver cómo eso se ve en los espacios que creamos.
Tú sigue podando, que te está quedando un bonsai muy bonito 😉
Te dejo el otro calcetín por aquí 😜
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¡Madarnás! Qué bien leerte por estos lares. Gracias por pasarte a comentar (me ha encantado la referencia final al calcetín). Por conocer a personas como tú, escribir en un blog siempre he tenido una chispilla más de ilusión. Si no hubiera escrito Traducir&Co, ¡no llevaríamos tantos años de amistad y tantas experiencias juntas a las espaldas! He de decir que me alegra que lo mío no sean los relatos eróticos, jaja, porque entonces habría durado dos telediarios esta plataforma. Gracias por estar ahí contra viento y marea, ante bonsái y zarzas 🙂