
Paseo que se alarga. Carrera repentina. Bailoteo hasta las mil. Subir un par de litros de leche del súper. Senderismo de última hora. Clase de pilates. Hacer cola en el cine. Recorrer un museo. Hace unos 9 años, acciones tan cotidianas como estas se habían convertido en una auténtica utopía por culpa de una hernia discal cuyo dolor se irradiaba por mi pierna como electricidad. Mis alas rotas de los 24 a los 26. A día de hoy a veces he llegado a olvidar qué pierna era esa o qué dedos eran los que dejé de sentir durante meses.
En septiembre de 2016, las manos de oro de un cirujano me devolvieron la esperanza tras un año y medio de calvario durante el que no pude caminar ni estar de pie más de 5 minutos sin retorcerme de dolor. Así que pasaron los días, las semanas y los meses, y el caminar por el salón se amplió al parque, a una calle larga, a llegar hasta la esquina, quedar a tomar algo cerca, a abrir una puerta pesada, a coger la taza del estante más alto, a meterme en un metro, un bus, un tren, un avión, a subir la maleta yo sola, recorrerme Budapest, Atenas, Oporto, Cluj, Londres, Dublín, Cork, Madrid, Barcelona. Mi definición de vivir. En 2018 decidí contarlo para todos aquellos que no veían la luz. En 2023, volví a contarlo.
Y de repente… un latigazo este martes. Planes cancelados. Vuelos perdidos. El Pánico se apresura a tirar al suelo a La Calma, que en ese momento estaba a los mandos, poniendo en marcha los mecanismos que habían estado dormidos todo este tiempo. A la velocidad de la luz consigue que se agolpen los malos recuerdos, las preguntas y las conclusiones precipitadas: «Se acabó». «Hasta aquí». «Ya llegó el momento». «Di adiós a los paseos, carreras, bailoteos, los litros de leche, las caminatas, el ejercicio. Ha sido un bonito paréntesis».
En unos días que me parecen meses La Calma, aún atontada de la caída, recuerda que habíamos acordado un protocolo de emergencia para estos casos y corre a desempolvar los manuales. Brilla, Calma, brilla. Es tu momento. Me ordena respirar, atenerme a los hechos, guardar la bola de cristal, razonar, buscar una explicación lógica y dejar a un lado mis tendencias catastrofistas, tener paciencia. Controla la cabeza, el cuerpo se cura solo. Me susurra como un mantra que nada es como entonces, que ni yo ni mis circunstancias somos las mismas. Que, en el peor de los casos, el mismo dolor no desataría hoy la misma avalancha que precipitó entonces: incapacidad, gabapentina, ruptura, mudanza, kilos de más, agorafobia, ansiedad, pesadillas, la Zona Cero de mi vida. Nada es igual.
El Pánico, que pensaba que podía volver a campar a sus anchas en mí otra vez, pierde fuelle poco a poco, aunque consigue hacerse oír cuando intento ponerme recta, e intercepta algunos de los mensajes que me manda La Calma. Ambos saben que este y solo este es mi talón de Aquiles, la única realidad capaz de poner patas arriba todo lo avanzado. La nube capaz de cubrir las propias nubes. El trigger definitivo. Cierro los ojos. Brilla, Calma, brilla. Es tu momento.
No, nada es como fue.
¡Menos mal!
Te mando muchos abrazos y, sobre todo, mucha paciencia ❤️
Muchas gracias, Alena. En unos días ya he visto bastante mejoría, así que se confirman las sospechas: nada es como fue. <3