Ayer fui a ver La Sirenita a la sala Phenomena de Barcelona y no sé qué parte es exactamente la que me ha gustado tanto. Desde luego, ha podido tener que ver que este cine parezca sacado de la definición más pura de «sala antigua». Hasta las palomitas olían mejor (¡y valían menos de 3 euros! Una auténtica vuelta al pasado). Este encantamiento tampoco pudo ser solo la magnífica interpretación de Halle Bailey, a la que no conocía y resulta que es famosísima a raíz de su grupo Chloe x Halle, que forma con su hermana. Al parecer se dieron a conocer hace 11 años subiendo a YouTube esta versión de una canción de Beyoncé.

Hay algo de especial en volver a ver una película de tu infancia siendo adulta. Desde aquellos años, en nuestras vidas hemos acumulado experiencia y desarrollado cinismo. Mi cerebro interrumpe cada dos por tres apostillando algo a cada escena. «¡Qué duro debe de tener el core Halle para mover la cola así! ¿Por qué no le salen burbujas por la nariz cuando respiran? ¿Cómo es que Eric se hunde a plomo y no flota?» El fastidio es tal que llega un momento en el que a punto estoy de chasquear la lengua y susurrar «¡Cállate, coño!» en mitad de la sala cuando hace su aparición estelar un «¡Ja! Como que te puedes echar la siesta con un corsé puesto!» en mitad de una escena.

Hay algo de especial también en ver una versión nueva y recordar claramente la escena equivalente en la película de dibujos que vi por última vez hace ¿25 años? O en poder comparar los diálogos actuales con los antiguos, o en saberse las canciones y poder tararear la versión en español en paralelo a cada verso en inglés, o en recordar tan bien la película que puedes señalar qué es nuevo y qué falta. Es el caso, por ejemplo, de la firma del contrato entre Úrsula y Ariel: una escena que forjó mi idea de lo terroríficamente vinculante que es firmar algo y que, no voy a mentir, se me vino a la cabeza ante el notario el día de la firma de mi hipoteca.

Debe de ser complicado mantenerse tan fiel al original y, al mismo tiempo, darle la vuelta a la tortilla hasta el punto de que la chica pelirroja blanca que recordamos ahora sea negra… y no pase nada. Que la Reina también sea negra, y que su hijo y la mala sean blancos… y que no pase nada tampoco. Me han perturbado otras cosas, como ver aparecer a Bardem con corona y una barba postiza mojada flotando junto a la barca de los novios.

No creo que el giro inclusivo que le han dado, tan en línea con los signos de nuestros tiempos, sea comparable con la magnitud de las adaptaciones de los clásicos infantiles que conocemos. Disney, por ejemplo, estrenó «La Bella Durmiente» en 1959 contando una historia muy diferente a la original. Si la gente pone hoy el grito en el cielo con el beso no consensuado del príncipe a la mujer dormida, habría ardido el Twitter de entonces de haberse sabido cuál era la historia original.

Se basa en un cuento italiano del siglo XVII en el que un cazador viola a la dama dormida/inconsciente repetidamente, la deja embarazada y de la agresión nacen dos gemelos. Las hadas ayudaron en el parto, que digo yo debió de ser especialmente complicado teniendo en cuenta que la tía seguía grogui. Años después, uno de los niños le succionaba un dedo a la madre, deshaciendo así el hechizo causado por el pinchazo con la rueca. No sé vosotros, pero yo me quedo mil veces con las rastas pelirrojas de Ariel.

Acerca de la autora

Merche García

¡Hola! Me llamo Merche, tengo 35 años y este es mi tercer blog. En él, subiré mis escritos con la intención de compartirlos y seguir conociendo a gente interesante en el camino. Como soy una nostálgica, he republicado algunas entradas de mis dos blogs anteriores "Punto y Oporto" (sobre viajes) y "Traducir&Co" (sobre traducción). Mira en el menú superior.

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