
No me imaginaba que durante el duelo se podría sentir algo más que pena. Si me hubieras preguntado hace (exactamente) tres semanas qué creía que sentiría si se muriera una de mis mejores amigas, habría dicho que la única reacción posible solo podía implicar dolor, lágrimas, bloqueo… La realidad es más compleja y a la tristeza se le suman por momentos toda clase de emociones y sensaciones de forma vertiginosa.
Hace dos días llegué a Madrid y pensé que me vendría abajo, teniendo en cuenta que el plan era quedar contigo ayer y la realidad es que ya nunca volveré a verte. Dispuesta a enfrentarme a esa pena, hoy he salido algo temerosa a dar uno de esos paseos sin rumbo que tanto nos gustaban. Improvisando, he acabado en la zona de Huertas. Mientras luchaba con el paraguas y esquivaba los charcos, he pasado junto a una tienda que me ha llamado la atención. ¿De qué me suena…? ¡Ah! ¡Pero sí ahí entramos tú y yo hace mucho!
Inmóvil ante el escaparate, primero he sentido una gran ilusión: al fin y al cabo, lo había olvidado y ha sido bonito poder sumarlo a los recuerdos que ya tenía de momentos juntas por Madrid. Inmediatamente, tristeza y miedo ante la certeza de que ya no podremos crear nuevos y que los que hay dependen de mi memoria. Después, impotencia. ¿De qué hablamos cuando entramos en la tienda? Me decías algo, pero… ¿qué? ¿QUÉ? ¡Joder, no me acuerdo! Sé que no cambiaría nada saberlo, pero estos días siento que te traiciono cada vez que no recuerdo tus palabras exactas. Suspiro. A los pocos segundos, de repente, se me dibuja una ridícula sonrisa en la cara: me acaba de venir de a la mente una de nuestras bromas, de esas que podrían hacernos llorar de la risa durante un buen rato y abriría la caja de Pandora de las estupideces.
La pena y el dolor coexisten con la alegría de haber pasado tan buenos momentos juntas y el agradecimiento por haberte conocido. Sorprendentemente, pasado el shock inicial, estos días me inundan unas renovadas ganas de vivir, de hacer todo lo que me animarías a hacer (como escribir) si estuvieras aquí y de disfrutar de todo lo que tú ya no puedes. Abrazada por esa sensación (¿y por ti?), sigo andando aún con la sonrisa aún en la boca. Al fin y al cabo, es uno de esos paseos sin rumbo que tanto nos gustan.