
Todos hablan de propósitos de año nuevo, pero yo te propongo propósitos de fin de año. Concretamente, propósitos del fin del daño. Dejemos a un lado las inscripciones a gimnasios y hablemos de cómo conseguir que dentro de 364 días tu mayor preocupación sea si queda suficiente turrón en la nevera en vez de si estás perdiendo el rumbo de tu vida. Os dedico esta entrada a vosotros, amigos que en nuestros encuentros navideños me habéis transmitido que os sentís atrapados/vacíos/perdidos.
De niños soñamos con ser mayores para hacer lo que queramos, pero con los años la realidad es que el verdadero sueño de un adulto es no hacer lo que no quiere. En clase nos enseñaban dibujos del esqueleto, los músculos y el sistema nervioso, pero no mencionaban que toda esta maquinaria está a merced de nuestra mente. De nada sirve matarte a entrenar si lo haces por la necesidad de evadirte de tus problemas. En los libros de biología, dentro de la cabeza solo había un burruño rosa plagado de surcos, pero en realidad la cabeza de los adultos solo está llena de decisiones, tomadas, no tomadas y por tomar. Ninguna es rosa.
Olvidaron también advertir de que no hay forma de escapar a la toma de decisiones y que irónicamente, no haciendo nada estás tomando una decisión. Del libro de filosofía aprendimos que los actos tienen consecuencias, pero no las que mencionaban los libros de religión: no son castigos divinos, son achaques físicos. Tienes 30 y pico, Paco: no es reúma, son decisiones embotelladas. La confusión educativa es tal que hay quienes rechazan la conexión entre cuerpo y mente, como si fuera algo esotérico tipo horóscopo en lo que puedes elegir no creer.
Si no escuchamos al cuerpo cuando nos sugiere amablemente hacer ciertos cambios (nos lo da a entender con pequeñas señales), no le quedará más remedio que pararnos en seco para que escuchemos. Ya basta de justificar un dolor «inexplicable» por motivos hipotéticos: no, no has dormido en una mala postura, es que tienes que dejar ese grupo del que decidiste encargarte. No, no has comido algo en mal estado y por eso te duele el estómago, es que tienes que sentarte con tus hermanos a hablar de qué hacer con papá.
Ante una dolencia de origen tan repentino como desconocido, plantéate qué te gustaría que estuviera pasando que no está pasando. Pero ¡ojo! No vale sabotear tus conclusiones. No permitas que el siguiente pensamiento a tu hallazgo sea un «Ya, bueno, pero no puedo hacer eso, ya me gustaría…». Te reto a preguntarte por qué. ¿Qué motivo es más importante que… tú? Si la respuesta pasa por priorizar el bienestar/la comodidad de otros, recuerda lo que dicen en los aviones: en caso de emergencia, ponte tú la mascarilla primero y luego pónsela a los demás si necesitan tu ayuda. Primero tú. Luego los demás, incluida tu prole. No lo digo yo, lo dice el piloto.
Por si te sirve, aquí va una lista de lo que he aprendido este año y hasta hace relativamente poco parecía imposible interiorizar:
- Si eres víctima de una mala decisión, toma otra para enmendarla (recular es de sabios y es posible aunque afecte a los demás).
- Dejar algo empezado no es rendirse antes de tiempo, es cambiar de opinión.
- Cambiar de opinión no es capricho sino madurez.
- A largo plazo, los demás se quedarán más con el cómo haces algo que con lo que haces.
- Si alguien se toma a la tremenda una decisión que te beneficia a ti, tiene más que ver con esa persona que contigo. No intentes controlar las reacciones. Controla tus acciones.
- Si para que los demás estén bien tienes que estar tú mal, ahí no es.
- A las decisiones difíciles le preceden pequeñas decisiones más fáciles.
- Arrepentirse no siempre implica que tomaras una mala decisión de primeras, sino que has esperado demasiado para tomarla y ahora tienes que recolocar más cosas de las que deberías.
- Si te arrepientes de algo pero sientes que a largo plazo te beneficiará, no es arrepentimiento, es dolor, y hay que pasar por él.
- Volver atrás solo será desandar lo recorrido y no te salvará de tener que volver a tomar la decisión. No puedes saltarte la pantalla del dolor, pero el resultado merecerá la pena: paz.
No quiero terminar sin aclarar, antes de que nadie me salte a la yugular, que no estoy dando a entender que nos provoquemos las enfermedades que sufrimos con nuestras decisiones y que tengamos la culpa de nuestros achaques. Faltaría más. Claro que puedes haber comido algo en mal estado o haber dormido en mala postura, pero el énfasis de esta entrada es que el cuerpo manda señales antes de petar y que no hacer caso a esas señales deriva en males mayores. Aplazando no resuelves nada, solo lo dejas para después. Y ya sabes lo que dicen: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.